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Adiós a la mediocridad: Es hora de ponerles límites a los estudiantes

Una reflexión sobre la práctica cotidiana en la educación

Una anécdota…

Un estudiante entra al salón de clase con sus manos ocupadas, cubierto por una bolsa negra carga un diorama[1]. Se acerca al docente y lo presenta, parece orgulloso de su maqueta, la cual sin duda le ha costado trabajo construir, no obstante, sus compañeros lo miran, algunos con la tranquilidad de haber entregado a tiempo su obra, otros indiferentes porque no van a entregar ningún diorama, ya que no les interesa ni su aprendizaje, ni las calificaciones, al parecer asisten al colegio por motivos diferentes.

Lo descubre ante su maestro, y con una sonrisa en sus labios, le muestra la escena que ha creado, al parecer está satisfecho con lo que ha elaborado. Sin embargo, hay que aportar contexto a este hecho, han pasado 5 días desde la fecha límite que tenía para la entrega del trabajo, y para la elaboración del mismo contaron con 15 días más, lo que suma 20 días disponibles para construir el mejor trabajo posible, y lo presenta sin contar con atenuante alguno o situación extraordinaria que lo haya afectado. El maestro observa el diorama, lo comenta con el estudiante, lo evalúa y asigna la calificación. El trabajo es francamente mediocre. El estudiante poco a poco pierde su sonrisa, no está conforme con la calificación, ya que esperaba por lo menos un 3.0, una cifra que le permitiera regresar con un “aprobado” en su conciencia. Sin embargo, el aprendizaje que está por venir, tal vez le valga mucho más que el “aprobado”.

¿Pero por qué los estudiantes dejan todo para lo último?- dicen algunos docentes, consternados por la masiva entrega de trabajos a última hora. Otros, por su parte, desilusionados, exclaman ¡Qué más se puede esperar de esta generación! Algunos, intentando ser optimistas, y con un gesto en sus rostros que raya en la mediana desilusión, dicen “por lo menos le entregaron algo”, y así con comentarios semejantes, se dibuja el telón de los sentimientos y pensamientos frente a lo sucedido. Y la pregunta que subyace a esta anécdota es ¿qué es lo que realmente está sucediendo?

La situación antes narrada sirve de ejemplo para muchas tantas que se presentan cotidianamente en las aulas, a saber, estudiantes a los que poco o nada les interesa cumplir con sus deberes académicos, estudiantes que inician siendo incumplidos y pueden llegar a ser francamente “entes” que asisten a la escuela como lugar de socialización, pero donde el aprendizaje, el desarrollo de habilidades y competencias ha quedado olvidado.

Sin límites no hay valor.

Desde hace varios años una creciente tendencia a la complacencia infantil ha facilitado que los niños y niñas crezcan creyendo que el mundo (todos los que los rodean) se pliegan ante ellos y tiene por objetivo satisfacer sus necesidades. Papá, mamá o ambos, junto con abuelos, tíos entre otros, cobijan de afecto y regalos a los niños con el fin de dibujar una sonrisa en sus rostros, o para evitar en otros casos el llanto -este caso no es la regla, pero sí una extensa generalidad- y la pregunta que eclipsa esta situación es… ¿Qué quieres? De cenar, de tomar, de vestir, hacer, jugar... en fin, el eje es el deseo del niño y esto durante el tiempo que él o ella lo quieran ya que de otro modo, volverá el llanto, por ejemplo.

En muchos casos las buenas intenciones, las expresiones de cariño generan esta percepción entre los niños y niñas, en otros casos son los padres y/o madres ausentes los que usan la estrategia de consumismo para suplir la ausencia afectiva y física, es decir, papá y/o mamá no están con el hijo para educarlo pero sí para obsequiarle cosas.

¿Será cierto que hoy solo importa lo que el niño desea?

Considero que los niños y niñas nacen y es la familia quien le brinda el contexto que le permitirá iniciarse en el mundo y empezar a jugar un papel allí. Así las cosas, la escuela recibe a sus estudiantes con un camino andado, un camino que para el caso de la anécdota inicial, le ha sembrado la idea al estudiante que las cosas son cuando y como él quiera, que los límites son sugerencias, y que al final del día han de agradecerle que entregue su trabajo, es como si pese a entregar un trabajo tarde y con bajísima calidad, sea deber de la escuela exaltar su esfuerzo dándole no solo una nota que lo satisfaga, sino el reconocimiento que le es propio, tal como la vida se lo ha enseñado.

¿Qué responsabilidad le atañe a la escuela en este escenario?

La escuela como escenario de formación se debate sustancialmente entre métodos, didácticas, procedimientos y realidades humanas. La escuela forma ciudadanos y les enseña cómo serlo, tanto humana como intelectual y comportamentalmente. Pero las tensiones por un lado se definen en la posibilidad de permitirle al estudiante aprender, equivocarse y volver a aprender, es decir, comprender los procesos y edades en las que se encuentran; y por otro lado, el reto de confrontar las conductas aprendidas previamente que distorsionan la visión del estudiante frente a la realidad social, cultural y económica a la que se verán (o ya se ven) abocados inevitablemente.

Es decir, mientras que muchos estudiantes valoran positivamente la flexibilidad de la escuela como un proceso de comprensión desde los múltiples aprendizajes que es reconocido por lo estudiantes como positivo, también es asumido por otros estudiante como la oportunidad para incumplir sistemáticamente, para postergar, para encubrir y finalmente, para evadir los aprendizajes y las obligaciones que como estudiantes han de asumir por el papel que ocupan en una institución.

¿Cuál es la realidad para la que están siendo formados los estudiantes?

Es crucial plantear aquí los retos que los estudiantes tienen una vez terminen su paso por el bachillerato. Se enfrentarán a un mundo que no tiene consideraciones especiales con nadie y que laboralmente exige cumplimiento no solo en las habilidades sociales básicas que bien se ven reflejadas en saludar, pedir el favor, dar las gracias y despedirse; sino que se ven enfrentados a una sociedad que condena la mediocridad, una cultura que no da nada gratis, donde hay que demostrar la propia valía para forjar la vida y en ese proceso conseguir los sueños y metas que cada individuo se ha planteado.

La escuela y los límites

Así las cosas, hoy la escuela tiene en sus manos la obligación ética y educativa de preparar adecuadamente a los estudiantes para la sociedad que los acogerá, y esto significa, establecer y mantener límites que sin perder la razonable flexibilidad frente a las realidades contextuales de los estudiantes, los acerque sistemáticamente y sin descanso a valorar el esfuerzo por encima del facilismo y la mediocridad, una escuela que valore las actitudes y acciones pro sociales de los estudiantes y que sancione efectiva y ejemplarmente aquellas acciones y actitudes que desvirtúan la formación para la ciudadanía. Hoy la escuela tiene el reto de exaltar el cumplimiento y calidad en lugar de mendigar al estudiante y sus acudientes compromiso y cumplimiento de sus deberes, hoy en día no puede asumirse que la mediocridad se extienda como característica generacional cuando ésta es una elección y su contraparte es la excelencia; hoy la escuela tiene el reto de enseñar respeto y libertad en medio de límites claros y un lenguaje que dignifique el ser humano.

Hoy la escuela – más que nunca – debe asumir el reto de formar en habilidades y competencias efectivas para la vida, y no seguir postergando los aprendizajes oportunos por “eso le servirá algún día”. Finalmente, la escuela no solo enseña temas o competencias académicas, también enseña y es su deber trabajar competencias socioemocionales, como lo es aprender a tolerar la frustración, lo que implica establecer límites y con ello posibilitar el aprendizaje del valor humano del cumplimiento, y enseñar cómo tolerar la frustración, es decir, enseñarle al estudiante que en la vida el fracaso, esa sensación de no alcanzar lo que se desea cuando se desea, sólo es la posibilidad para un nuevo comienzo con nuevos aprendizajes y no el fin del mundo o de su vida como algunos lamentablemente, sienten y entienden, y que les ha costado su existencia.

Como conclusión vale la pena mencionar la frase atribuida a Mahatma Gandhi, “La satisfacción radica en el esfuerzo, no en el logro. El esfuerzo total es una victoria completa”, lo que nos recuerda que en una época en la que todos quieren ser los mejores y obtener los mayores premios con el mínimo esfuerzo, es hora de invertir la fórmula y reconocer que es en el esfuerzo donde está el valor, la ganancia y el aprendizaje, ya que al final el logro solo será un resultado colateral de la excelencia y el esfuerzo. Sin límites de tiempo, sin estándares de calidad, sin claridades en lo que se espera cualquier cosa vale, y eso es el primer paso para la mediocridad.

Referencias

[1] Diorama es un tipo de maqueta que muestra figuras humanas, vehículos, animales o incluso seres imaginarios como punto focal de su composición, presentados dentro de un entorno y con el propósito de representar una escena (Wikipedia, 2018)

Imagen 1: Tomado de https://www.pabloyglesias.com/hegemonia-de-la-mediocridad/

Imagen 2: Tomado de https://ministeriointernacionalepdd.wordpress.com/2017/06/30/alejate-de-la-mediocridad/

Imagen 3: tomado de https://adolforocha.com/elimina-la-mediocridad/


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