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La disciplina en el ambiente escolar o la comprensión del silencio en la escuela.

Empecemos por entender que la escuela en su contexto original fue configurada con diversos propósitos, uno de ellos sin duda era establecer la conducta de los ciudadanos, es decir, determinar las formas, principios y acciones que deben seguir aquellos que deseen convertirse en personas útiles para la sociedad, transformándose así el paso por la escuela en una obligación social que da forma y sentido a la vieja tradición de educar a las nuevas generaciones.

No obstante, cada época ha tenido sus iniciativas tendientes a configurar el futuro mediante la educación de algunos sectores de las sociedades, los adinerados, los poderosos, los religiosos, etc. Han sido grupos tradicionalmente privilegiados gracias a (o por) la educación, sin embargo, solo hasta la revolución francesa logra establecerse de forma generalizada la educación en todos los sectores sociales, y se toman acciones sistemáticas para hacer que ello ocurra. Estas acciones respondieron a la pregunta: ¿A quién se debe educar? Y dicha respuesta ha puesto en el horizonte la educación universal como un derecho humano, toda vez que es mediante la educación que todos los ciudadanos aprenderán a ser hombres y mujeres con derechos y deberes, participes activos de una sociedad y constructores responsables del presente y del futuro del mundo.

Ahora bien, desde esa época y durante los siglos venideros la educación ha cambiado muy poco, la distribución de los espacios, los roles, el establecimiento de grados y de asignaturas se han mantenido incólumes. No bastando con lo anterior, la educación tiene otra faceta que habita siempre en el sistema educativo y es el debate permanente por aquello que deben aprender a ser y a hacer los futuros ciudadanos, en otras palabras, todos respondemos de formas diversas a la pregunta: ¿para qué educamos? Lo que implica responder a una pregunta aún más específica ¿cómo deberían actuar los futuros ciudadanos? Así las cosas, las respuestas a estas preguntas, determinan los tratos, las relaciones y las forma en la que configuramos nuestro actuar como maestros y el actuar de los estudiantes como aprendices, a continuación expongo dos visiones que intentan responder a esta cuestión y que labran prácticas de aulas diferentes, y por lo tanto, ciudadanos diferentes.

Visión tradicional: Existen quienes consideran que las conductas se aprenden de forma irreflexiva por fuerza de la repetición, por ejemplo, a hacer silencio se aprender haciendo silencio, los estudiantes no tienen que aprender las razones fundamentales del respeto, ni pensar en ello hasta entenderlo, basta con que acaten las órdenes.

En ese sentido, la falta de razones y de diálogo se acompaña también de un poder especial para infundir temor, disfrazado de respeto, todo por ocupar un cargo o un papel en la institución social educativa. Todo por preservar un orden establecido, lo que al final puede formar estudiantes y futuros ciudadanos que acomoden su conducta a la instrucción irreflexiva, a la autoridad per se, lo que contrasta con las expectativas de la sociedad de que sus hijos sean personas inteligentes, íntegras, críticas, propositivas y líderes, pues los resultados esperados no serán alcanzados mediante acciones tendientes a generar otros resultados.

Por ejemplo, quien acata sin cuestionar, probablemente crezca para obedecer; o todo lo contrario, llegue a oponerse a cualquier tipo de autoridad; quien no aprende a preguntar libre y autónomamente de joven, difícilmente lo hará de adulto… en fin la contradicción se hace cada vez más evidente, y será el resultado del proceso vivido. En un sentido más filosófico y kantiano, seguirán siendo “menores de edad”, incapaces de valerse por ellos mismos en el sentido existencial que más importa: la autodeterminación.

Visión dialógica: Visto lo anterior, podría pensarse que el contraste será obvio, algo así como la versión de educación “mala” contra la “buena”; pero las cosas en el mundo y la vida difícilmente son tan sencillas. El reto dialógico supone un deseo de inflexión frente a las prácticas habituales de la escuela tradicional. Por ejemplo, frente al hecho de buscar silencio en las aulas de clase (o eventos académicos o institucionales) se propone una práctica didáctica, pedagógica y formativa que permita a los estudiantes mediante el diálogo y la racionalización sistemática y permanente comprender el funcionamiento de la sociedad en los escenarios pequeños que ofrece la escuela. Imaginémonos que en lugar de obligar irreflexivamente a alguien a callar, se le propone entender las razones por las cuales el silencio es una actuación coherente, responsable y muestra de respeto en actividades comunitarias. Esto implica un ejercicio de la autoridad mediada por el diálogo y la racionalización, no por el autoritarismo y el miedo, aunque tanto en la visión dialógica como la tradicional, la sanción disciplinaria o convivencial es válida como consecuencia de los actos deliberados que afecten los procesos comunitarios, académicos o de aprendizaje.

Conclusión

Así las cosas, mientras que la visión tradicional pretende obtener un resultado inmediato que probablemente impida o afecte de formas indeterminadas la formación de un pensamiento autónomo, integral y crítico del estudiante propiciando animadversiones entre los miembros de la comunidad educativa; se hace notorio que la visión dialógica posterga mediante la conversación y la racionalización el uso de la sanción posibilitando escenarios sistemáticos para que el estudiante comprenda aprendizajes sociales que les resultarán fundamentales en su vida social, pero que forjados desde la comprensión posibilitan la auto comprensión de la responsabilidad sobre los propios actos y las consecuencias de ellos, es decir, forjaremos una persona responsable y no solo una persona obediente.

Al final, no solo se trata de actuar ahora y formar para el futuro, sino de establecer límites ahora como los tiene la sociedad y extender la visión del estudiante por encima de las pequeñas acciones para que se sepa más que un individuo parte de una comunidad educativa, y parte de una sociedad. Y para el maestro implica comprender las tensiones propias del ámbito escolar, implementar acciones alternativas que modifiquen las oposiciones tradicionales de autoridad, edad y responsabilidades frente a los procesos educativos y de formación. Los retos se mantienen, es hora de abordarlos desde formas distintas si queremos resultados distintos.


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